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16 de marzo de 2006

Orteguería I: El hombre ejemplar

En uno de los capítulos de El Espectador, Ortega recuerda una insinuación suya en La España Invertebrada sobre el origen de la sociedad y sus reflexiones le llevan discernir sobre la ejemplaridad de los hombres. Cito:

La superioridad, la excelencia de cierto individuo produce en otros, automáticamente, un impulso de adhesión, de secuacidad. Las maneras o usos de esa persona eminente son adoptados como normas sobreindividuales por los entusiastas atraídos. Si hay, pues, que hablar de instinto, diríamos que el instinto social consiste concretamente en un impulso de docilidad que unos hombres sienten hacia otro en algún sentido ejemplar. […]

Somos imitadores, necesitamos modelos, perseguimos la perfección bajo la referencia de nuestros ídolos y, ojo, no estoy diciendo que seamos o debamos ser idólatras, me estoy refiriendo a las distintas figuras que vamos encontrando en nuestra vida, empezando por nuestros padres, con las que fijamos nuestras líneas maestras de la vida. Desde el “yo quiero ser como papá” al “quiero ser bombero” no hay más evolución que la del cambio de modelo.

Nuestro instinto nos lleva a buscar pautas de imitación para tener la seguridad de obrar correctamente… porque buscamos un reconocimiento, al menos, de pertenencia a un grupo. La sociedad, el grupo, es la que brinda los ejemplos a seguir para aceptar a sus miembros. Ese es el peligro que nos acecha siempre: ¿qué modelos estamos encumbrando para servir de guía a los más jóvenes? Y si esto ya era un peligro hace ochenta años, cómo no será ahora en la sociedad de la información, donde el bombardeo de mensajes se produce a escala planetaria. Cuanto mayor es el grupo de dóciles, más fuerza tiene el ejemplo.

De los “yuppies” a los “frikies”, pasando por la cultura del pelotazo, hemos visto de todo: endiosar drogadictos –que luego morían en el olvido-, enaltecer a ladrones –que ahora peinan canas entre rejas-, incluso vitorear a un hombre con un perejil en la cabeza –que el hambre nos puede volver patéticos-. El que crece con esos nortes no puede llegar a ninguna parte.

Otro peligro que nos acecha es, no ya vigilar por quién es la referencia de nuestros hijos, sino tener que sufrir la figura del que se quiere erigir en modelo para los demás.

Frente a la auténtica ejemplaridad hay una ejemplaridad ficticia e inane. Una y otra se diferencian, por lo pronto, en que el hombre ejemplar no se propone nunca serlo. Obedeciendo a una profunda exigencia de su organismo, se entrega apasionadamente al ejercicio de una actividad –la caza o la guerra, el amor al prójimo la ciencia, la religiosidad o el arte. En esta entrega inmediata, directa, espontánea a una labor consigue cierto grado de perfección, y entonces, sin que él se lo proponga, como una consecuencia imprevista, resulta ser ejemplar para otros hombres.

En el falso ejemplar la trayectoria espiritual es de dirección opuesta. Se propone directamente ser ejemplar; en qué y cómo es cuestión secundaria que luego procurará resolver. No le interesa labor alguna determinada; no siente en nada apetito de perfección. Lo que le atrae, lo que ambiciona es ese efecto social de la perfección- la ejemplaridad. No quiere ser gran cazador o guerrero, ni bueno, ni sabio, ni santo. No quiere, en rigor, ser nada en sí mismo. Quiere ser para los demás, en los ojos ajenos, la norma y el modelo. […] Véase como el propósito de ser ejemplar es, en su esencia misma, una inmoralidad. […]

La esterilidad del falso ejemplar es consecuencia inevitable de su propósito. Como se siente originalmente arrastrado hacia ninguna labor positiva ni goza de aptitud especial para ellas, tenderá a subrayar más en su vida la perfección en el no hacer que en el hacer.

Analiza Ortega en este punto una característica muy habitual en ciertos individuos: dar importancia a lo que no la tiene buscando ejemplaridad. Cuántas veces oímos frases del estilo de “yo nunca viajo en metro” o “yo nunca como de menú” contundentemente pronunciadas pero nunca argumentadas positivamente, sino “porque no”.

[…] …síntoma inequívoco de falsa ejemplaridad y se propone ineludiblemente en todo el que, esperando a toda hora cosas grandes de sí mismo, no es capaz de entregarse a ninguna actividad determinada por vivir preocupado sólo de su propia ejemplaridad.


Para muestra un botón: ¿qué es, si no, la Alianza de Civilizaciones?

2 comentarios:

Mars Upial dijo...

Enhorabuena por el camino que has emprendido. Me parece una excelente idea rescatar las sabias reflexiones de un gran pensador para comprobar su vigencia actual. Una muy buena base -la de Ortega- aliñada con otros muy buenos ingredientes -tu pluma (la de escribir ¿eh?)-, prometen depararnos buenos ratos.

Ánimo. Hay mucho material.

Mars Upial dijo...

Y otra cosa:

No solo la "Alianza de Civilizaciones" es, efectivamente, una consecuencia de esa falsa ejemplaridad definida por Ortega, algo que en sí mismo sólo tendría como consecuencia el engaño para quien así no lo viese. Lo peor es que esta actitud se contempla desde esas otras "civilizaciones" (y nunca mejor empleadas las comillas) como un signo de debilidad y no como una intención real de acercamiento. Los radicales musulmanes se mofan de nuestro ZP y sus buenas/absurdas intenciones. Esperemos que no traiga más consecuencias.

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