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22 de noviembre de 2011

La botella envenenada

Como dice la canción de Los Temerarios, "quisiera yo saber quién hace el vino". La victoria del Partido Popular ha traído a España y los españoles unos brotes azules que deberán traducirse en una legislatura tranquila, de esfuerzo, cohesión y solidaridad para salir del agujero en el que estamos. Pero esta victoria y sus consecuencias, como el conjunto de resultados electorales, deben reflexionarse con mucha finura desde Génova, todavía en puertas de la formación de gobierno.

En primer lugar hay que tener en cuenta la nada sorprendente escalada de UPyD, triplicando su apoyo en las urnas hasta los 1.140.000 votos y convirtiéndose así en la cuarta fuerza política de España y tercera en Madrid, pese a la caduca Ley Electoral que sufrimos. Representan una tendencia del electorado del siglo XXI, ojo: moderación pero ideas firmes, progresismo, cambio, "no nos representan", etc.

En segundo lugar, el batacazo del PSOE, aunque intenten que todavía no parezcan resquebrajarse las cuadernas de la nave socialista, traerá consigo una sangría interna importante y un esfuerzo de regeneración que, habida cuenta de su historial, a buen seguro consiguen. Volverán con más fuerza y concentrarán su esfuerzo en las principales plazas cuando lleguen las próximas municipales, primera cita para recuperar poder real.

En tercer lugar, la consolidación de Izquierda Unida, doblando votos en Madrid, que debe interpretarse como la constatación del techo electoral que los populares tienen. Gran parte del electorado que sigue pensando en izquierdas y derechas, alineándose todavía con la mentalidad del 36, preferirán siempre otorgar su voto a una formación demagógica antes que hacerlo a opciones reales de gobierno.

En cuarto y último lugar, la consideración más importante. Incorporar a Alberto Ruíz-Gallardón al equipo de Gobierno, suponiendo un activo muy valioso del que seguro nos beneficiamos todos los españoles, puede hacerse, como casi todo, bien y mal. Bien, negociando una continuidad al frente del Consistorio capitalino que mantenga el ritmo de escalada de Madrid hacia el elenco de ciudades líderes del mundo, desde la innovación y el vanguardismo. Mal, permitiendo que el relevo de Cibeles recaiga en una figura gris, sin trayectoria, sin visión y sin capacidad de transmitir a los madrileños espíritu alguno, ni olímpico ni de nada.

Situar a Ana Botella al frente el Ayuntamiento de Madrid nos va a privar a los madrileños de disfrutar de esos brotes azules que recorren España, cargados de ilusión y de esperanza. Es el momento del cambio, es el momento de políticos nuevos, con ideas nuevas y con formas nuevas. Ni las ideas ni la forma de expresarlas doña Ana Botella, casada con el que hasta la fecha ha sido el mejor presidente de la democracia española, ni siquiera ya las de su marido, representan ya el sentir actual de los españoles, mucho menos de los madrileños, cosmopolitas como pocos. Tampoco responden a la necesidad de motivación y orgullo de la que estamos tan sedientos. Sin esta conexión, si no saltan chispas (y no hay más que preguntar por la calle para ver que no saltan), los gatos se irán a jugar con cualquier otro que les traiga leche.

Situar a Ana Botella al frente del Ayuntamiento de Madrid será el principio del fin. El arreón de los UPyD, IU y PSOE se la llevará por delante. No hay cimientos en ese castillo. Y perder Madrid es perder las generales. Y Génova no quiere eso, ¿verdad?

Gallardón tiene un gran equipo. No hay que rascar mucho para encontrar mejores alternativas para el recambio. Que se lo lleven al Gobierno pero que no nos dejen la botella envenenada a los madrileños, que no nos la merecemos. Con todo el cariño del mundo, querida concejala, pero no es ni el momento ni el lugar.
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Brotes azules

La contundente victoria del Partido Popular en las urnas parece que ha despertado un hilillo de esperanza en los españoles. Tras siete años de intoxicación que, llegados a este punto, se había transformado ya en alienación (y no hay más que recordar con qué cara deambulábamos todos hasta hace dos días, entre primas y primados), y con los brotes verdes agostados desde hace ya dos veranos, ayer me daba la sensación de que las caras que me cruzaba por la calle tenían otro aire. Los españoles necesitábamos con urgencia un cambio porque estábamos empezando también a agostarnos. Un agüilla para levantar cabeza y no perecer con los rigores de la sequía socialista.

Ha llegado el agua, en forma de chaparrón de votos, y ya parece que podemos hablar de brotes azules en el ánimo de los españoles. El desánimo era tan acusado y el camino por delante es tan duro que no permiten grandes tranformaciones de la noche a la mañana pero el discurso de Rajoy desde el balcón de Génova fue el mejor que podía hacer para afrontarlo. Es cierto que el hombre no tiene esa capacidad de enaltecer a las masas que otros (por ejemplo Obama con su "yes, we can") han demostrado, pero no es menos cierto que la altura de sus palabras y la categoría que ha demostrado en la victoria son el mejor abono para que germinen tras las lluvias las mejores medidas para España y los españoles. No era mi candidato pero sí es mi presidente.

De momento ya tenemos brotes azules. Es un comienzo. Recuperar el espíritu de trabajo y sacrificio es fundamental, pero no se podía conseguir desde la desesperación reinante. Gracias, presidente, por el abono, y ¡a trabajar! Yo me apunto.
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