A simple vista puede parecer fácil ser anti algo, pero no se crean… no lo es. Quizá cómodo, puede que práctico, pero de fácil nada, monada, y además está mal visto. La excepción está servida: Rodríguez aglutina en un mismo elemento, desde su concepción de base hasta sus detalles más nimios, la síntesis más completa de todo lo que no se debe hacer, de todo lo que no se debe decir y, en definitiva, de todo lo que no se debe ser y así, ser antiZP es incluso natural.
El antiloquesea me ha producido generalmente algo de rechazo. Cuánto más descansado resulta dejar hacer a los demás, para después oponerse, que tomar uno la iniciativa, hacer algo por uno mismo y mostrarse así ante los demás… a pecho descubierto, para que luego te critiquen y te crezcan alrededor los ventajistas... ¡menuda! Más de uno se levanta por las mañanas pensando “a ver a quien me opongo hoy”, “a ver si alguien ha hecho o dicho algo”. No sólo resulta ramplón sino que conlleva algún que otro riesgo: definirse frente a alguien o algo requiere asumir que un día, ante a una posible evolución de nuestro antagónico, desaparezca nuestra propia definición. Además, supone una falta de imaginación considerable.
Esta carencia de creatividad, unida a la cobardía de no tomar más rumbo que el contrario al que han marcado otros, es la que me ha llevado a desconfiar siempre del que se me presenta como antialgo y a procurar definirme en positivo.
Y mira que hay “antis” por el mundo. Convivimos con ellos desde que nacemos. Quizá nuestra propia existencia esté relacionada con la ausencia de uno, el anticonceptivo, y hayamos crecido consumiendo antigripales, antihistamínicos o incluso antidepresivos, manoseando una pelota antiestress y pensando si no nos vendría bien una crema antienvejecimiento. Es muy probable que tengamos instalado un antivirus en el ordenador, un antirrobo en casa y el anticongelante en el coche. El antispam se ha convertido en algo imprescindible y la lavadora, tan inteligente ella, nos recomienda un antical. La televisión nos bombardea con anuncios de potingues anticelulíticos y yogures antioxidantes. Los telediarios nos hablan de movimientos antiglobalización, antisistema y antiimperialistas...
Proliferan por doquier variopintos comités y coloridas asociaciones anti todo. Unos muy altruistas, como los antisida, otros no tanto, como los antitaurinos, y otros movidos por la envidia, como los antimadridistas.
Hay “antis” para todos los gustos: destructivos, como las minas antipersonales; pacificadores, como la lucha antiterrorista; protectores, como el chaleco antibalas; reivindicativos, como la manifestación antiLOE; combativos, como la asociación antiMcDonalds; y repugnantes, como loS anti Potros.
Y es que el prefijo “anti” tiene un poco de todo eso: de defensa, de protección, de enfrentamiento, de crítica, de combate… Nos defendemos de lo que tememos, nos protegemos de lo que nos puede dañar, nos enfrentamos a quien nos agrede, criticamos al que se equivoca y combatimos a quien hace peligrar nuestra seguridad y la de los nuestros, ya sea física o moral.
Rodríguez provoca eso y más. No sólo nos miente, negocia con nuestros activos y compra favores con nuestro crédito, eso le puede pasar a cualquier político, este también está destruyendo nuestro sistema de valores, se burla de nuestras creencias y nos ofende abiertamente casi a diario. Ser antiZP es algo que sale sólo, expresa una necesidad de protección y representa una voluntad de combate, de lucha en defensa de unos valores que no podemos permitir que se pisoteen, básicamente porque representan la esencia de la civilización occidental: los basados en el respeto de las libertades.
El antiloquesea me ha producido generalmente algo de rechazo. Cuánto más descansado resulta dejar hacer a los demás, para después oponerse, que tomar uno la iniciativa, hacer algo por uno mismo y mostrarse así ante los demás… a pecho descubierto, para que luego te critiquen y te crezcan alrededor los ventajistas... ¡menuda! Más de uno se levanta por las mañanas pensando “a ver a quien me opongo hoy”, “a ver si alguien ha hecho o dicho algo”. No sólo resulta ramplón sino que conlleva algún que otro riesgo: definirse frente a alguien o algo requiere asumir que un día, ante a una posible evolución de nuestro antagónico, desaparezca nuestra propia definición. Además, supone una falta de imaginación considerable.
Esta carencia de creatividad, unida a la cobardía de no tomar más rumbo que el contrario al que han marcado otros, es la que me ha llevado a desconfiar siempre del que se me presenta como antialgo y a procurar definirme en positivo.
Y mira que hay “antis” por el mundo. Convivimos con ellos desde que nacemos. Quizá nuestra propia existencia esté relacionada con la ausencia de uno, el anticonceptivo, y hayamos crecido consumiendo antigripales, antihistamínicos o incluso antidepresivos, manoseando una pelota antiestress y pensando si no nos vendría bien una crema antienvejecimiento. Es muy probable que tengamos instalado un antivirus en el ordenador, un antirrobo en casa y el anticongelante en el coche. El antispam se ha convertido en algo imprescindible y la lavadora, tan inteligente ella, nos recomienda un antical. La televisión nos bombardea con anuncios de potingues anticelulíticos y yogures antioxidantes. Los telediarios nos hablan de movimientos antiglobalización, antisistema y antiimperialistas...
Proliferan por doquier variopintos comités y coloridas asociaciones anti todo. Unos muy altruistas, como los antisida, otros no tanto, como los antitaurinos, y otros movidos por la envidia, como los antimadridistas.
Hay “antis” para todos los gustos: destructivos, como las minas antipersonales; pacificadores, como la lucha antiterrorista; protectores, como el chaleco antibalas; reivindicativos, como la manifestación antiLOE; combativos, como la asociación antiMcDonalds; y repugnantes, como loS anti Potros.
Y es que el prefijo “anti” tiene un poco de todo eso: de defensa, de protección, de enfrentamiento, de crítica, de combate… Nos defendemos de lo que tememos, nos protegemos de lo que nos puede dañar, nos enfrentamos a quien nos agrede, criticamos al que se equivoca y combatimos a quien hace peligrar nuestra seguridad y la de los nuestros, ya sea física o moral.
Rodríguez provoca eso y más. No sólo nos miente, negocia con nuestros activos y compra favores con nuestro crédito, eso le puede pasar a cualquier político, este también está destruyendo nuestro sistema de valores, se burla de nuestras creencias y nos ofende abiertamente casi a diario. Ser antiZP es algo que sale sólo, expresa una necesidad de protección y representa una voluntad de combate, de lucha en defensa de unos valores que no podemos permitir que se pisoteen, básicamente porque representan la esencia de la civilización occidental: los basados en el respeto de las libertades.
2 comentarios:
Pareces tonto diciendo todas estas cosas sin razonar ni una de ellas.
TONTO MAS QUE TONTO
Para el anónimo: Y tu pareces tan fanático q no ves más alla de tus narices. El fanátismo q tienes es tal q te ciega y no te deja ver la realidad: Que tenemos un presidente nefasto!
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