Para entendernos con los que nos rodean tenemos que hablar el mismo lenguaje, si no, malamente, como decía mi abuela. Todo aquel que quiere incorporar su punto de vista al bagaje de su comunidad se tiene que preocupar antes de elegir el lenguaje, el tono, el estilo... Tiene, en definitiva, que seleccionar las mejores herramientas a su alcance para garantizar la efectividad de su mensaje y, para hacerlo, el primer paso es conocer a los destinatarios del mismo. La habilidad del comunicador reside en su capacidad para conectar con su audiencia. Supongo que hasta aquí estamos todos de acuerdo.
Desde el maestro, ya manche sus dedos con una tiza o los pasee por una pantalla táctil, al predicador, bien de púlpito, bien de puerta fría; conferenciantes, columnistas, políticos, cineastas, blogueros o, simplemente, ciudadanos de a pie que cada día tenemos que entendernos con nuestro vecino, todos dependemos en mayor o menor medida de nuestra capacidad de expresarnos. Dominar el arte de la comunicación no significa dominar la oratoria. Más importante aún es identificar qué lenguaje será el más apropiado para nuestro propósito. En ocasiones puede no ser el verbal, dependerá de nuestro interlocutor. El resto no tiene secretos. Una vez acertado el camino, la responsabilidad del éxito recae en el propio mensaje, que no es poco.
Emilio Gutiérrez, el hombre de la maza de Lazcao, lo tenía muy claro. Las buenas palabras, el gesto sumiso y el paso atrás que han ejercido durante décadas sus convecinos transmiten un mensaje muy claro “haced de nosotros lo que queráis que estamos a vuestra disposición”. Y ese mensaje, dirigido a quienes le han destrozado su casa con una bomba, no le parecía a Emilio que reflejara correctamente su punto de vista. Ellos habían elegido los explosivos para comunicar su posición dominante, lenguaje que les lleva funcionando bien desde hace muchos años. Si Emilio quería transmitirles su desacuerdo tenía que elegir un lenguaje que les fuera comprensible. El reto estaba ahí. Los violentos tenían que entender que, más que desacuerdo, la injusticia del atropello y el ejercicio de sometimiento le parecían a Emilio totalmente execrables. No era fácil decidir las herramientas. El lenguaje verbal parecía descartado. Nunca ha funcionado con los animales. Ellos entienden los gestos. El perro se achanta cuando le alzas la mano pero permanece impasible ante un “eso no está bien, Toby, que no se repita”. Hay que ponerse a la altura del interlocutor.
La costumbre, triste en este caso, decía que la respuesta debía ser agachar las orejas, mirar para otro lado y continuar arrodillándose al paso del tirano, quizá emitiendo una nota de condena..., pero el sentido común de Emilio, su intuición de comunicador, le repetía durante toda la noche que no, que así no le iban a entender, que si los gestos no eran igual de claros se podían creer que él estaba de acuerdo, que aceptaba perder su vivienda para que otros continuaran enriqueciéndose con el impuesto revolucionario y las concesiones de poder. El mensaje de Emilio no era ese. Había que pensar bien la respuesta. Un malentendido puede cambiar la historia y arruinar la vida de cualquiera.
Después de una noche de insomnio, la maza de Emilio zanjó posibles faltas de entendimiento. El poder de la comunicación es casi infinito pero el arte de dominarla no está al alcance de todos. Enhorabuena, Emilio. Espero que te hayan entendido. Tu mensaje es el de millones de personas. No estás sólo.
PD. Puedes mostrar tu apoyo a Emilio Gutiérrez en el blog El Justiciero de Lazcao , donde también se facilita una cuenta corriente para ayudarle en su nuevo calvario
2 comentarios:
Me encata tu blog, qué te parece intercambiar un enlace con el mio:
www.toubabook.com
Gracias Agustín... también por acercarnos al corazón de África. Encantado de intercambiar enlaces, aunque ya veo que te has adelantado. Bravo
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