
Estamos en el año del Estatuto, del catalanismo o, mejor dicho, del antiespañolismo. El equipo de fútbol que representa, porque así lo quieren sus seguidores, el sentimiento provincianista de la sociedad catalana (si no fuera así no votarían lo que votan) es laureado en lo deportivo quizá como presagio de la coronación del idealismo disgregador de quienes no entienden que la unión hace la fuerza. Primero la española, después la europea, más allá la occidental y, tal vez algún día, quién sabe, la humana. Pero siempre hacia adelante, coile, no hacia atrás.
Sin ponernos trascendentales, esto es pura lógica. Aunque nos quedáramos sólos abrazados al vecino, siempre podríamos hacer más cosas y llegar más lejos los dos juntos que el individualista, quejumbroso y roñica, que pasea sus resquemores por una existencia vacía, sin más logro que una etiqueta con su nombre.
En fin, que seguimos corriendo hacia atrás... y al Hombre que le den morcillas. Que no aprendemos. Eso sí, el representante de la Liga española en la final es el campeón de Europa y es la Liga española la que ha ganado hoy, como hiciera la semana pasada con el Sevilla. Estamos de enhorabuena.
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