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Google No aprendemos

27 de marzo de 2006

Orteguería II: Los desiguales


El amigo de la justicia no puede detenerse en la nivelación de privilegios, en asegurar igualdad de derechos para lo que en todos los hombres hay de igualdad. Siente la misma urgencia por legislar, por legitimar lo que hay de desigualdad entre los hombres.

Aquí tenemos el criterio para discernir dónde el sentimiento democrático degenera en plebeyismo. Quien se irrita al ver tratados desigualmente a los iguales, pero no se inmuta al ver tratados igualmente a los desiguales, no es demócrata, es plebeyo.

José Ortega y Gasset (en El Espectador)


Vamos, que da la sensación de que Ortega ya sabía que un día llegaría un tal Rodríguez y se sentaría a negociar con unos terroristas, que igualaría a sus víctimas con los caídos en una guerra y que encumbraría a Fiscal general del Estado al ciudadano Conde Pumpido para que pidiera la relajación judicial en la persecución de los asesinos de ETA. Ortega, hace 70 años, les llamó plebeyos… pero es que Ortega era un señor.

Llevo años discutiendo los sinsentidos democráticos. No porque yo no lo sea, sino porque la democracia los tiene mientras no los queramos corregir. Y este es uno de los más gordos.

¿Por qué hay que empeñarse en igualar a las personas cuando a todas luces se ve que no somos iguales? Cierto es que 30 años de democracia son pocos y nos queda mucho que aprender, estamos todavía empezando. También es verdad que los primeros pasos hacia la libertad y la dignidad pasan por la igualdad de derechos. Pero también me parece bastante lógico pensar que, recordando aquello de que la libertad de uno termina donde empieza la del otro, seguir manteniendo esa igualdad intacta, superada la transición y estabilizado nuestro sistema de libertades, es una aberración.

A mi que no me digan que yo soy igual que un asqueroso asesino sin escrúpulos que negocia con la sangre de sus víctimas porque me dan arcadas. Si una banda de mafiosos terroristas como ETA tiene derecho a negociar con el gobierno de un estado soberano unas condiciones especiales frente a la ley, teniendo así incluso más derechos que yo, es que algo va mal y alguien no está haciendo bien las cosas, bien por ignorancia, bien por incapacidad. Si esa misma facción de malnacidos tiene el mismo derecho que cualquier otro colectivo a constituir un partido político, nos están tomando el pelo. Si los secuaces de esa cuadrilla de verdugos tienen derecho a brindar con champán en las cárceles las tropelías de sus compinches, nos están insultando. Si además a esos se les acerca a casa se les está apoyando y si se les deja libres se está faltando a las víctimas. En definitiva, que no se puede tratar igual a los desiguales, que eso no es la democracia. Para un país novato sí, pero aquí ya podemos avanzar un poquito, ¿no?

Además… ¿qué sentido tiene ponernos un carné por puntos a los conductores y no hacer lo mismo con los ciudadanos?

-Oiga, que ha matado usted a ese señor, 1 millón de puntos menos, ya no es usted ciudadano. Y si lo vuelve a hacer… retirada definitiva del carné.

Sería más lógico. Los derechos hay que merecerlos. El crédito inicial que nos dan al nacer hay que renovarlo cada día. De no ser así estaremos siendo injustos. Estaremos tratando igual al que hace méritos que al que hace deméritos, como en la LOE. Al César lo que es del César: el que se haya ganado flores, flores, y el que se haya ganado un cucurucho de guano, que no se lleve también las flores… que la justicia no es eso.

Hoy me llegaba una curiosa reflexión anónima por correo, al hilo de las desigualdades. No lo reproduzco por su extensión, pero venía a decir algo así como que ETA era (¡es!) un problema de seguridad para la clase dirigente y la tregua se utiliza para acallar el problema de seguridad de los ciudadanos de a pie: la inmigración. Con lo que tenemos el triunfo de la partitocracia, que resuelve sus aprietos, y la derrota del pueblo, que continúa con los suyos. Y encima aplauden, añado yo.

Es otro enfoque, muy matizable, del trato hipócrita que nuestra democracia concede a unos y a otros. Mal vamos si desde distintos ángulos sólo se ve injusticia. Pero nada… a votarles en las próximas, majetes, que parece que muchos, aunque sorprendan a Rodríguez con su mujer en la cama, le invitan a cenar y le enseñan el dormitorio de la hija. Que no aprendemos.

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