En un juicio declaraban 3 personas acusadas de asesinato. Se sabía que el asesino era el tramposo, es decir el que a veces dice la verdad y a veces miente. De los otros dos acusados estaba el veraz, que siempre dice la verdad, y el mentiroso, que siempre miente.
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En la educación de una persona, una de las primeras palabras que nos enseñan a distinguir el bien del mal es la de tramposo. La primera es el rotundo NO que empezamos a escuchar al poco de nacer, poco después viene la caca, que “las cosas del suelo no se cogen…”, y muy pronto llegamos a nuestro tramposo en cuestión.
En nuestros primeros juegos pronto apreciábamos la tremenda injusticia de ceñirse a las normas establecidas para nuestra partida, esforzándonos para superar a los demás niños, y tener que soportar cómo siempre aparecía el listillo que ni contaba hasta diez para que nos escondiéramos, ni sumaba bien los puntos del dado ni sabía calcular dos palmos con las canicas.
No era casualidad que esos mismos niños fuesen los que se cepillaban “la ley de la botella, quien la tira va a por ella” para que siempre fuera otro, corregían en un plis plas lo que era un “alto” donde el último en llegar “la ligaba” o decidían que ese era el día de suprimir el “de portería a portería guarrería” que había reinado hasta entonces, siempre a su conveniencia.
El tramposo se convertía así en un ser despreciable con el que nadie quería jugar y al que se le deslegitimaban todos sus logros ante el inapelable juicio de la mayoría, ya fuera en el patio de El Pilar o en el de un humilde instituto de Leganés, que la justicia no distingue de clases.
Sin embargo, el niño español sufre una catarsis en su crecimiento y, no se sabe muy bien porqué, cuando llega a adulto ha olvidado la rectitud aprendida, pocas veces inculcada, durante su infancia. Al votante español parece que ya no le importa jugar con el tramposo, no duda en dejarle ganar e incluso le vitorea por las esquinas.
Rodríguez y compañía, abandonados el escondite y las canicas, ya han demostrado que no saben contar manifestantes ni calcular el precio de la vivienda. Cuando todavía no han soltado el “escatérgoris” para que Europa les acepte el pulpo de la OPA como animal de compañía, nos sorprenden arremetiendo contra la indomable chirigota carnavalesca y amenazan con imponerles letras de Enrique y Ana. Trampas y más trampas. Las unas más graves, las otras más hirientes… trampas al fin y al cabo.
Ni la seguridad jurídica que garantiza la Constitución queda fuera de sus patrañas. Lo que ayer se podía opar ya no se puede, vuelva usted mañana a ver… Ironice usted con el Rey, el Papa o la corona de espinas de Cristo, pero a Mahoma ni tocarlo, que ahora somos musulmanes, por si no lo sabía usted. Y, por supuesto, sepa usted que las bombas de atocha las puso Aznar y vóteme a mí, que ni pienso negociar con los terroristas ni se me va a ocurrir desmembrar España, palabrita de Rodríguez… el tramposo. El tercero del enigma. El culpable.
Y digo yo…¿qué ha pasado con aquellos niños? No aprendemos.
1 comentario:
Hoy estás cabizbundo y meditabajo, amigo Barquero y es que, claro, hay días y días.
Muy profundo tu post, con mucha miga. No recuerdo exactamente pero creo que fue "Pepito" Goebbels el que disertó sobre la técnica de la repetición de la mentira y el efecto que con ello se conseguía en la masa. Mucha masa, es lo que pasa... (mi hermano asegura que "cuanta más masa mejor se pasa", pero no sé yo).
Muy bueno el cambio de "luk" del "blok".
Mars Upial.
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